TODAS ELLAS
TAN SUYAS
Eva Lorena, niña precocísima de oscuros ascendentes (su madre alcohólica la parió de forma trágica en la puerta de una iglesia), convertida en inclusera, y presa de un mal incurable, no tienen mayor distracción que la de sentarse en su sillita, en el patio del orfanato, a idear su porvenir, en todas las tesituras posibles que su enfermiza fantasía proyecta; viviendo a través de su poderosa imaginación, las diversas vidas que aquella le ofrece, en un amplio abanico por el que desfilan desde la maría, equilibrista de los tendederos, eterna comadre de los ojo-patios: la profesora de aerobic, de escultural y ortopédica fisonomía; la monja, arrebatada de continuo éxtasis y materialismo; la prostituta, con los avatares de su profesión, artista consumada del “hardcore”; la enigmática secretaria medio androide, partenaire de un romántico ordenador; o la cantante anoréxica e inalámbrica, consumida por los celos… Más lo que Eva Lorena no sabe es que, sobre este imaginario carrusel de ilusiones, se cierne, inexorablemente, la inevitable sombra de la muerte…
Hazme reír con aquello que me da miedo para hacer estallar los tabúes que me tienen prisionero. Nunca el ácido corrosivo fue tan tierno y tan humano. Es un don pícaro e inteligente el de la medicina que cura heridas a palos. El Espejo negro diseñado por un ángel cándido nos pone frente a la verdad cruda y dura como el suschi mismo. Y es un arte oriental y sibarita el que limpia y rebana los bordes de la llaga con el filo de una cuchilla. Mil eran las hijas de Ángel, y todas ellas tan suyas.
Todas ellas sin dolor…
Miguel Bosé